Las estrellas mas brillantes y sus poemas

Publicaré aquí los poemas, relatos, pinturas, manualidades, fotos, todo lo que me vayan dejando los amigos de mi "Mirada Sencilla".

Tengo entre mis seguidor@s, auténticos poetas, creativos, novelistas, artesanos, pintores, jardineros, cocineros, especialistas en plantas y todos con un noble corazón y mucha mucha sensibilidad en el alma.

Gracias amigos por sus poemas, sus fotos y en general por cualquiera, de sus muchos detalles de amistad.

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En mi otro rincón, tienes una amiga... si te apetece, claro.

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viernes, 3 de junio de 2011

EL TAXISTA...





Stuart dejó atrás un salario miserable de taxista en Londres a cambio de echar más horas que el Big Ben. Este británico, perdidamente enamorado de una española, llamada Marina, que un día llevó a una residencia para estudiantes en las afueras de la City, tomó un vuelo y se plantó en Madrid con unas pocas libras. 




Era consciente de que su empeño era más difícil que encontrar un obispo en un botellón. Solo contaba con unas fotos olvidadas en una tarjeta de memoria que la española olvidó en el asiento de su “black cab” y una moneda talismán que le regaló su abuela poco antes de morir.




La recepcionista del mediocre hostal madrileño donde se alojó Stuart era de Loja, por lo que no tardó en reconocer las imágenes del nacimiento de Riofrío que le mostró aquel guiri con aspecto ausente. Al menos era una pista. Nuestro protagonista tomó el primer autobús para Granada al día siguiente.




En Riofrío no supieron dar al joven una contestación atinada a la descripción y nombre por los que preguntaba. Stuart deambuló por aquellos senderos con molinos y obras hidráulicas en desuso, el azar le llevó al jardín de una casa, en el que se alzaba entre otras aquella estatua fuente, réplica perfecta de su anhelada Marina. Pulsó con vehemencia el interfono de la entrada. Al poco se encontró con un tipo desaliñado bajo los efectos de una resaca XXXL.



El inquilino de la casa pudo explicarle, en un inglés tipo espagueti western, que él era escultor y que la tal Marina posó para el como modelo hace dos años, añadió que la conoció un verano cuando ella trabajaba de camarera en Almuñécar. La espesura del alcohol impedía pedirle más a aquel artista, pero era suficiente para intentar el siguiente paso.




Stuart recorrió un montón de chiringuitos de la costa granadina repitiendo la misma cantinela, sin éxito alguno. Cuando el poco efectivo que traía se agotó, una madura compatriota suya lo rescató un atardecer, para proponerle un trabajo sencillo: convencer a incautos turistas para adquirir paquetes de una multipropiedad con menos garantías que los pagarés de Nueva Chanchullosa. Con las pingües comisiones que trincó se dedicó a viajar por buena parte de Andalucía.



Desahuciada la esperanza, antes de volver a su tierra, el ex taxista se plantó de nuevo en la casa de Riofrío donde hallara la estatua, ese día deshabitada. Saltó la valla y acarició aquel bloque de granito a modo de despedida, insertó la moneda en una rendija de la base, era su tributo a un sueño imposible. 




Al instante oyó la conversación de unas jóvenes que bajaban en bici por la carretera que viene de Venta del Rayo. Era su voz, era un milagro. A grandes zancadas se plantó en el paso a nivel que cruza la calzada. Marina nada más ver de lejos el inconfundible pelo de mazorca de Stuart lo reconoció. 




Entre raíles se fundieron en un abrazo que le pareció eterno, a pesar de que el Avant procedente de Antequera barriera de un bocinazo todo atisbo de diálogo, a la par que se llevaba por delante la cutre bici de 120 euros.