Hermoso el corazón,
insobornable...
al canto de las monedas;
benditas las almas,
insobornables...
a la garra conque el miedo,
intenta ahogar su entereza,
y benditas las manos,
insobornables...
al cansancio que aferra,
con brazo de desencanto,
las pendientes obras buenas;
y preciosos vosotros,
ojos insobornables...
al mazo de la tristeza.
Izara
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